miércoles, 18 de enero de 2012

Un poco de Libertad


Entonces, cuál es el precio que hay que pagar para gozar un poco de libertad.
Cinco días cinco de todas las semanas desde hace 8 años. No sé si el día acuna con sus rayos las calles o si el gris cubre las hojas, o tal vez  el agua moja los zapatos. Nada sé. A veces, como hoy, puedo ver el día a rayas a través de la cortina giraband.
No hay música. No puede haberla en este espacio agrisado por los años de desgaste. No tiene cabida para el pobre pasajero que sólo desea alcanzar la meta de los 65. Resignados sus derechos, también perdemos los nuestros. Somos rehenes de su cansancio, su comodidad y su falta de paciencia. Silencio, la música lo irrita como si fuese un ruido. También el calor. También el calor.
Tuve en mi escritorio un palmito de hojas verdes y alegres. Resignó su lozanía para mimetizarse con el entorno triste. Lo llevé conmigo para salvarlo, y fue verde otra vez. Tuve un palito de agua turgente que se contrajo para no escuchar las voces repetidas de queja insatisfecha, agudos cuchillos en mi espalda. Lo llevé a casa para salvarlo y creció varios talles sin descanso. Tengo sobre mi escritorio un bonsai miniatura, imitación china de la vida. Varios me envidiaron la adquisición, pero no lo afectó, sigue tan artificial como antes. Ya lleva varios años desapareciendo de mi vista por la mera costumbre.
Colgué una planta cerca de la ventana para que tuviera aire y luz. El pasajero la cierra porque le molesta el aire natural, la cortina giraband es ciega a los reclamos de la naturaleza. Dicen que las hojitas de la planta parecen orégano, y de pronto empieza a escupirlas todas, caen secas por la escalera. El escobillón se queja y me llevo la planta a cuestas. Tarda en adaptarse a la libertad del aire y de la lluvia, pero un día se despierta.
Cuántas veces, cuántas voces ignorantes se alzan a mi alrededor. Se inquietan mis ideas, discuto y trato de ensanchar las de los otros, pero con el tiempo empiezo a parecerme a las plantas que tuve. No quiero amoldarme a la mediocre monotonía de la ignorancia. ¿Caeré alguna vez en esas redes?
Tal vez me salvan esas pocas horas en las que sueño entre los pinchos, que lastiman menos que el esclavo encierro.  
Y mientras tanto espero, a veces quieta o triste, otras desordenada y salvaje entre los que duermen sin saberlo. 365 días que dan la vuelta una y otra vez para pagar el precio de unos instantes de libertad.

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