martes, 12 de octubre de 2010

EL VIEJO Y EL SETTER

La tarde se torna dulce en la confitería de Villa Urquiza. Las señoras saborean las tortas y los sándwiches servidos en pequeñas bandejas de acero inoxidable, el café humea junto a las jarritas plateadas que contienen el agua para el té. La edad de los concurrentes no baja de los 70 años, las voces se adivinan tras los vidrios del lugar. Está repleto, como todos los fines de semana, nadie mira hacia afuera, todos se concentran en las cucharas y la crema.
El setter es muy viejo, viene caminando lentamente, cada paso le cuesta y su cuerpo se tambalea hacia un costado. No puede andar derecho, la cabeza echada hacia un lado, las patas débiles intentando sostener el flaco peso de su cuerpo. Ya no es rojo el pelaje de este setter irlandés, cae a los lados del cuerpo desteñido y fino. El setter perdió el porte elegante de cazador, ya no sueña con los patos que nunca persiguió por ser un perro de departamento, ya sólo intenta llegar al árbol para hacer sus necesidades.
Trata, por costumbre, de levantar la pata para orinar, pero esta se separa apenas unos centímetros del piso para volver a caer inmediatamente. Vencido se apoya sobre sus cuatro patas temblorosas y mea como hembra, sus ojos tristes parecen avergonzarse de su condición de macho derrotado por el tiempo.
Lentamente continúa su camino pasando frente a la confitería, no puede levantar la cabeza tambaleante, simplemente persigue algún olor ya prácticamente imperceptible para su vieja nariz.
Entonces aparece en escena el viejo. Es alto para su edad. Aun elegante y erguido en su condición. Camina despaciosamente ayudado por un andador. Levanta ambos brazos, apoya el andador unos centímetros delante de sus pies y da un paso, nuevamente levanta el andador, lo apoya, con esfuerzo da otro paso. Camina delante del bar, no mira para adentro, su mirada se dirige al setter. Entonces detiene su marcha, su rítmico andar de metal y hueso, y se dedica a observar al perro.
El setter no llega muy lejos, tan sólo un árbol más, un nuevo intento de levantar la pata. Entonces regresa sobre sus pasos, tembloroso y cansado. El viejo lo observa y no se mueve. Obstruye la puerta de la confitería y los que salen deben contorsionarse para pasar. Nadie le dice nada al viejo, quién sabe qué le pasa, tiene un andador, tal vez esté cansado.
Él continúa allí mirando con detenimiento al setter. Cuando el perro pasa a su lado dice como para sí mismo: ¡Pobre, cómo le cuesta caminar! Y el dueño contesta resignado: “Ya no puede más”. No se detiene frente al hombre y acaso ni se percata de su condición, viejo y perro hermanados por el paso del tiempo.
Cada cual sigue su camino y cuando el setter desaparece de su vista el viejo adelanta el andador y vuelve con lentitud a su trayecto. No entra en el bar donde las señoras rescatan las últimas migas del plato con ojos golosos y melancólicos.
La tarde se abandona en la calle del barrio y entonces yo también prosigo mi camino.

martes, 5 de octubre de 2010

VACACIONES LEJOS DE LA ABUELA

Familia tipo, salario tipo medio para abajo, la ilusión de unas  vacaciones distintas. No es fácil empezar. Digamos que esta familia quiere abandonar por fin la rutina de la casita que tiene la abuela en alguna playa de la costa atlántica y que por años frecuentaron por razones económicas, porque los hijos eran chicos, por no tener auto, etc., etc. Digamos también que la convivencia con la abuela fue siempre insostenible, que las merecidas vacaciones se convertían en tortura asegurada, que la emoción de salir por fin del calor de Buenos Aires se veía empañada cada año por la certeza de 15 días cargados de tensión y pelea asegurada.
Entonces esta familia decide ahorrar durante un año (¿dos?) para irse a otro lado y abrir por fin su cercenado horizonte vacacional. Y de pronto aparece el mapa de nuestra querida Argentina desplegado con sus cientos de opciones. Descartemos la playa por obvias razones. Nos queda todo el resto para recorrer con el dedo y la mirada ilusionada. Cada uno elige su destino, los porqués se multiplican. Que tal conocido fue y la pasó bárbaro, que mi amigo va a estar ahí, que siempre soñé con ir allá, que fui cuando era chico y me encantó; razones cientas, lugares miles.
El mapa se va acotando también por múltiples causas. Pasajes muy costosos por la distancia, zonas inaccesibles sin movilidad propia, escasa oferta habitacional, mucho calor, poco agua, poca vegetación, muy árido, muy húmedo y varias razones más entre las cuales aparece algún que otro “porque no me gusta”. El dedo va reduciendo la velocidad y centrando su recorrido. A esta altura ya anda por la zona de San Luis, Córdoba, Córdoba, San Luis.  Atrás quedan por el momento los Valles Calchaquíes, lugar soñado de algún miembro de la familia, el Impenetrable Chaqueño, los viñedos y acequias mendocinas, las rojas tierras misioneras, el sur, el norte, el este y el oeste.
Entonces comienza otra búsqueda más intensa aun, la vivienda. Y nuevamente las opciones se multiplican. Hay para todos los gustos y para todos los presupuestos en variadas modalidades. Desde campings (descartados en este caso), hostales (ídem anterior), posadas, hosterías, hospedajes, departamentos (jamás estando de vacaciones), casitas, cabañas, complejos, estancias, apart hotel, residenciales y hoteles. ¿Ya están pensando en irse con la abuela a la playa? Bueno, ni se les ocurra, nada es fácil en la vida, ni siquiera tomarse vacaciones.
A esta oferta hay que sumarle además categorías, estrellas, rocas y demás cuestiones que le dan el estatus al alojamiento elegido. De más está decir que los precios son variados y que tampoco da lo mismo ir a La Cumbrecita que a Cosquín. Por suerte estamos en el siglo XXI e internet nos va llevando. No hay pregunta sin respuesta y la casilla de nuestra familia se llena de presupuestos. Tentadores algunos, descorazonadores otros. Justo el lugar que les gustaba, ese de frondosa arboleda y arroyitos que lo circundan, ese, bueno, ese no se ajusta al presupuesto ahorrado. El otro que visto en el Google Earth parece estar en el medio de la nada más absoluta, ese en el que no sirven desayuno pero ofrecen muy amablemente la opción de ir todas las mañanas en alegre caravana a comprar el pan casero a lo de una vecina que amasa (rica opción), ese está a un precio más que razonable. ¿Tienen agua en verano si hay sequía? 
Con suerte, es la respuesta, si de día no hay, tal vez por la noche tengamos la fortuna de que vuelva. Otro que tiene dos cabañas a un precio accesible no sirve desayuno porque para el dueño significa mucho trabajo. ¿Será lo mismo con la limpieza?, se pregunta la mater familias. No es menor la primera sensación que dejan los dueños de las propiedades al enviar una respuesta. Algunos parecen disparar una respuesta cansada y obligada a tanta consulta. Se les nota. No tienen ganas y lo transmiten. Descartados. Otros son solícitos y amables, pero tienen un discurso tan armado, tanta reja y tanta alarma, que no da lugar a la improvisación ni a la libertad que necesita esta familia atada a las vacaciones compartidas con la abuela. Descartados. Por fin aparecen aquellos que además de amables parecen dispuestos a atender las necesidades individuales de cada pasajero. Querés arboles, tenemos arboles, querés vista al cerro, tenés vista al cerro, mucho verde, tenés, sol, sí, sombra, también, desayuno, a gusto, ni tan cerca ni tan lejos del centro, dalo por hecho, fácil movilidad, asegurado. Agua, sí, sí, agua. ¿Llegan muy temprano? Los invitamos con un café mientras esperan. Problemas, ninguno.
Las ofertas se multiplican, pero al mismo tiempo se van decantando y los miembros de esta familia tipo van de a poco llegando a su cometido. La elección de un lugar, la opción de una cabaña, la fecha del viaje. Una combinación equilibrada y bastante feliz entre deseo y factibilidad.
Entonces llega el momento de reservar y para esto es necesario transferir el 50% del monto total. Pero, si bien la amabilidad de los cabañeros supo ganar el corazón de los viajeros, otra cosa es el bolsillo, esa platita ahorrada con tanto esfuerzo. ¿Y a estos quién los conoce? Son solamente, hasta este momento, un vínculo a través del ciberespacio, una entelequia. Y llega el momento de jugarse el todo por el todo y creer. Tener la fe y la esperanza de llegar luego y encontrar esa cabaña que los albergará durante 10 días (no alcanzó para 15 el presupuesto de la familia tipo) y dará a sus vidas un nuevo significado para la palabra “vacaciones”.
Digamos que en esta historia el final es feliz, las cabañas están allí, el lugar es hermoso, la gente amable y el paisaje supera todo expectativa. Es el esperado adiós a las vacaciones con la abuela, una suerte de emancipación tardía pero emancipación al fin.