viernes, 25 de febrero de 2011

Vuela Bajo






Por andar mirando el cielo se olvidaron del cerro.
Esperando “la experiencia extraordinaria” de avistar un ovni, se olvidaron de la tierra, del río, de la menta y de la piedra. Tratando de convocar con la mirada y con los mantras a los seres de luz en las noches despejadas de Cuchi Corral, relegaron a las constelaciones y a la maravilla de envolverse en la vía láctea. Los cielos de Capilla del Monte quitan el aliento, más si el que asoma su mirada es de una ciudad cuyas luces apagan las estrellas.

Uno podría pasar horas y meses sentado frente al cerro. En cada momento del día el sol lo tiñe de colores diferentes. Las sombras y las nubes dibujan figuras siempre cambiantes y hermosas. Las estaciones del año visten al Horco Quebracho de dorado y rojo antes de perder sus hojas. A medida que nuestros ojos ascienden por la ladera, el paisaje se altera y donde había Quebrachos ahora hay Cocuchos, y después Romerillos y más arriba los pastizales serranos, los roquedales que avistan a los halcones y águilas moras sobrevolando la cima, entregados a los vientos sin aletear. Parecen planear sin fin, flotar en el cielo azul llevadas por las corrientes, suavemente, como un ala delta entre las nubes.
Pero en algún lugar entre el río Calabalumba, que es agua que canta entre las piedras, y el cerro eterno, la invisible y evasiva entrada a Erks, capturó la voluntad de tantos cientos. Ya no ven a los cactus, ni escuchan cantar al Rey del Bosque con su suave melodía. Tan sólo esperan ese encuentro mágico e increíble, cerrándose a la verdadera magia del lugar.


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