jueves, 6 de mayo de 2010

Dos Porteños de Turismo por los restaurantes peruanos en Buenos Aires



Tentada por los sabores peruanos, que tanto me atrapan desde el que día tuve la fortuna de visitar el Cuzco, salí de gira a conocer restaurantes de ese origen. Recalamos, con mi siempre bien dispuesto compañero de degustaciones gastronómicas, en un bodegón gigantesco del barrio del Abasto llamado Mamani donde una carta, de casi el mismo tamaño del lugar, nos dejó más confundidos que entusiasmados. De tanto en tanto levantábamos la vista apabullados e indecisos, los platos pasaban a nuestro alrededor, todos enormes, colmados de arroces, verduras, pollos casi enteros, todos formando una torre prácticamente imposible de sostener sobre el plato. Soperas repletas ante cada comensal, todas caras peruanas, atacando a solas la montaña de sabores frente a ellos.

En un momento pasó junto a nosotros un mozo llevando un volcán humeante que envolvió el restaurante, por un instante no se vio nada más, sólo la nube y los sabores que despedía y que nos rodearon.

Ambos nos miramos entusiastas, qué sería eso que ya estaban saboreando nuestros vecinos de mesa. El mozo, no muy afecto a explicar los misterios culinarios de su país, más acostumbrado a tratar con coterráneos que con turistas extranjeros (llámese nosotros) nos hizo en el aire una sumaria lista de ingredientes: pato, pollo, carne vacuna, mariscos, calamares, nabo, brócoli, otras verduras , en síntesis, prácticamente todo el espectro culinario en un sólo y humeante plato.

Y daaaaaaaaaaleeeeeeeeeee, total, si vamos a probar algo, probemos todo. Cuando pudimos salir de la nube de humo, de la grasa que salpicaba alegremente nuestra mesa y nuestra ropa y nos impregnó de olores por todo el resto del día, atacamos la inconmensurable fuente. Estaba rica, muy salada, no la pudimos terminar. Nada de postre, nada más para nosotros en esa primera incursión a la comida peruana en Buenos Aires.

Mi fiel acompañante, no pudo salir del baño en toda la tarde. Mi estómago, por el contrario, resistió estoicamente la mezcla de sabores.

Le dimos un tiempo al tiempo y volvimos a incursionar, esta vez en Primavera Trujillana en el barrio de Belgrano. Íbamos ya con alguna recomendación de amigos y conocidos. Optamos por un Ceviche mixto, anticuchos de corazón, papas a la huancaína, ají de gallina y de postre un Suspiro Limeño y una mousse de mango. Aquí las porciones ya no eran tan generosas, el sabor de todo estaba correcto, el precio razonable, aunque toda la comida llegaba tibia en un pequeño elevador desde una cocina lejana. El menú, un folio plástico con una hojita dentro, la atención solamente correcta.

Igualmente, siempre entusiastas, salimos contentos de nuestro segundo intento.

Nuevamente pasó un tiempo razonable hasta nuestro nuevo acercamiento a la comida peruana. En suerte le tocó, otra vez en Belgrano, a Lucumma. Nos acomodamos en un pequeño patio de solamente cuatro mesitas. Los mozos muy atentos, el servicio muy bueno, la carta elegante. Quise comenzar con Causa Limeña, que si bien figuraba en el menú, no estaba disponible. Nos inclinamos por un Ají de Camarones y un Mero con mariscos, ambos platos bien servidos, sabrosos y del tamaño correcto. De postre dos suspiros limeños que nos resultaron super empalagosos y no pudimos terminar. Para acompañar, la Cremonada, una limonada espumosa que es típica del restaurante.

Gastamos mucho más de lo que imaginamos, pero, no nos decepcionamos. Nos veíamos ascendiendo en la escala de calidad de los restaurantes peruanos.

Ya a esta altura la comida peruana tenía que dar un salto a otra dimensión. Podremos seguir conociendo diversos locales en Buenos Aires, propuestas sobran, pero nada mejor que incursionar uno mismo en la materia. Esta es mi próxima meta. Ya les contaré cómo me fue.

1 comentario:

  1. Gran reseña. no recordaba lo del baño.
    Creo que los restaurantes peruanos entusiasman en el momento y decepcionan en el recuerdo.

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