vivirías bajo el hechizo de mi voz
Para Aldo Barberis-Rusca
La noche se va cerrando tibia y estrellada sobre la ciudad en la tarde de Abril. El otoño es suave y la avenida se torna amigable en el centro de Buenos Aires. Es domingo, nadie corre. Los paseantes se detienen en la calle Corrientes a escuchar a los músicos que entretienen con sus melodías.


Desde el reflejo de la ventana, adornada con letras fileteadas, se ve venir al guitarrista. El cantante se prepara ansioso, la voz pidiendo permiso al micrófono, las notas sacudiendo la calma sin brisa de la noche ya cerrada.
Y entonces se rasga el silencio y la voz impetuosa invade de emoción cada rincón de la calle empedrada. Las mesas vacías son ocupadas inmediatamente por la gente que pasa y no se resiste al embrujo, suena el tango y crece el cantante evocando a Grisel.

Entonces nos envuelve un sonido distinto, una voz mágica y armoniosa que endulza la noche con notas delicadas. El Bar de Julio es encuentro de amigos que se acercan a compartir y disfrutar.
La gorra se anima entre las mesas y las manos generosas les devuelven a los músicos un poco de su magia. Distintas monedas, distintos idiomas, todos festejan la música y la voz. Un bis, por favor, outra canção.
La noche del domingo se hace corta, las ganas cercenadas por la sombra del lunes ya presente. El bar nos cierra lentamente sus puertas, el público va despertando del encantamiento y la tertulia se apaga.
La guitarra regresa a su refugio, el cantante, por hoy, calla. Se ve feliz, en él su propio hechizo aún perdura.