Esta es la historia de mis amigos. No es un cuento de cómo se convirtieron en ricos potentados de un día para el otro. Tampoco es un power point de autoayuda y reflexión de esos que anuncian: “pensé que era pobre porque no tenía zapatos hasta que vi a uno que no tenía pies”.
Nadie, o casi nadie, se da cuenta cuando no tiene zapatos y se queja por eso, de que existe la posibilidad de estar peor por no tener pies. La mente, la del ser humano promedio, la de la persona “sana” por llamarlo de alguna manera, no funciona, gracias a dios, de ese modo. Porque si viviéramos pensando permanentemente en la posibilidad futura de no tener casa, ni comida, de ser los más pobres, los más abandonados, huérfanos, maltratados, mutilados, niños de la ya desaparecida Biafra, no podríamos seguir haciéndolo.
Entonces, lo más normal del mundo, es que no nos demos cuenta cuando somos millonarios. De eso nos enteramos cuando dejamos de serlo.
Vivimos nuestra vida como podemos, teniendo algunas cosas, deseando otras, quejándonos de nuestros hijos que no estudian, no trabajan o no se comprometen con las cosas. Peleamos con ellos, con nuestros padres y hermanos con nuestros maridos. Nos ofendemos por temas que parecen importantísimos, definitivos y extremos. Y no nos paramos a pensar, ¡ehhhh che nena, y mirá si no vuelve, si tiene un accidente y estamos peleados, si le pasa algo! No, porque no podríamos continuar viviendo. Y por eso somos como somos.
Pero, de pronto, un día inesperado, a alguien entre millones le pasa. El mundo se le desmorona y hay que continuar porque, ahora sí, lo que sucede es importante. Un hijo se enferma gravemente, la enfermedad es rara. De todos los que por alguna causa la contraen el 95% se cura con X medicamento. Pero no funciona. De ese 5% restante el 90% se cura con determinado otro X medicamento. Pero nuevamente no funciona. Del % restante otro porciento se cura con una batería de varios medicamentos. Y otra vez sopa.
Se prueba todo, se investiga, se cree en esto que dice en internet, en aquello que dice alguien, se manotea lo que venga, lo que traiga, lo que sea. El mundo se trastoca completamente porque cada paso que se da es un nuevo fracaso y la idea oscura de lo inevitable se va instalando en el cuerpo y en el pensamiento. Se hace un ejercicio mental con la posibilidad casi cierta de que no exista un mañana. La tristeza es oscura, el ahogo es profundo.
Mis amigos son fuertes, son tenaces, alegres más allá del sufrimiento y como todos los que los rodean, que son muchos, no pierden las esperanzas. Su casa está siempre abierta a los afectos y por eso la amistad y el cariño les vuelven multiplicados. Y pareció que siempre fueron ellos los que tranquilizaban y protegían a todo ese manto de familiares y amigos que los rodeaba.
Pero un día después de muchos, muchos días de esperar y pelear, los vi cansados. Por primera vez, más allá de la incertidumbre y de los padecimientos, los vi exhaustos. Y me asusté. No es que no hubiera tomado antes conciencia de la gravedad de la situación, sino que siempre pensé, qué fuertes que son, no sé cómo hacen, no sé cómo pueden.
Y entonces, cuando todo parecía haber llegado al límite, el nudo se desató y llegó la solución y volvió la vida, y la alegría y la música (que nunca había desaparecido, pero volvió renovada con mejores sonidos) y la riqueza a sus vidas.
Yo pienso, siempre lo creí, que ellos nunca fueron mendigos. Siempre, siempre en su vida fueron millonarios.
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