Pequeñas reflexiones de otra noche de Insomnio
Estoy leyendo “La mujer habitada” de Gioconda Belli. En este libro, una mujer nicaragüense muerta durante los años de la conquista española vuelve a la vida en el siglo XX pero encarnada en un naranjo.
A pesar de estar viva en la savia, las ramas, las hojas y los frutos del naranjo, ella mantiene la memoria de su vida pasada y además es observadora de lo que acontece en el presente a su alrededor.
Leyendo esta novela, me puse a pensar en cuánto me gustan a mí los cactus, y no pude evitar pensar en si me gustaría ser uno.
Analizando la situación llegué a las siguientes conclusiones: el hábitat natural de los cactus suele ser en general de clima extremo en todas las estaciones, veranos achicharrantes, inviernos bajo cero. Algunos pasan años sin recibir una gota de agua, otros en cambio pasan gran parte del año bajo lluvias constantes y altísima humedad (epifitos).
El paisaje es casi siempre espectacular, pero seamos realistas, el cactus no tiene oportunidad de disfrutarlo. Muchos de los lugares en que se encuentran son solitarios y apartados. Últimamente surgió una moda de turismo cactus por lo cual estos suelen ser más visitados y fotografiados, pero creo que la foto es el mayor contacto al que pueden aspirar estos especímenes por parte de un ser humano en esas circunstancias ya que está terminantemente prohibido sacarlos de su lugar de pertenencia.
Reciben la visita de pájaros e insectos cuando se abren sus flores, que son siempre hermosas, pero por lo general viven una vida solitaria.
Los cactus en nuestras casas soportan a su vez una vida difícil. Si bien no son bonsáis, dadas las condiciones de muchos hogares, no logran desarrollarse en tamaño como lo harían en su hábitat natural. Así vemos muchas colecciones de mini cactus que sobreviven, por ejemplo, a la humedad de Buenos Aires, siendo ejemplares de climas desérticos. Los hongos son los enemigos mortales de las pobres plantas además de los cientos de entusiastas que no saben nada de cactus y los compran porque es fashion tener varios sobre la mesita ratona. Generalmente los ahogan, no con su amor, sino con sus regaderitas que no saben distinguir entre las necesidades de un potus y de una palmera.
El contacto físico con estas plantas sucede solamente cuando necesitamos cambiarlas de maceta, lo cual por su lento crecimiento no es muy seguido. De hecho si podemos evitar tocarlas, mejor, ya que siempre terminamos con alguna espina clavada, si es grande no hay problema, pero los pequeños y aparentemente inofensivos “pelitos” de muchos cactus se empeñan en permanecer varios días clavados en nuestros dedos sin que podamos verlos ni encontrarlos. Es su manera de demostrarnos el amor que les despertamos….ahora que lo pienso me hacen acordar un poco a los hijos, no?? No me hagan caso, me dejo llevar por los pensamientos empastados de la noche insomne.
Por otra parte a mucha gente no le gustan los cactus, no entienden o no aceptan que a alguien puedan gustarles y también los hay supersticiosos que le endilgan a estos pobres ejemplares la culpa de cuantos males suceden en la casa de quienes los poseen (lo mismo pasa con la tortugas, las plantas violetas y los claveles del aire entre otras, ya lo decía mi tía Edelma). No será la primera vez que escucho que tengo que tirarlos a todos a la mierda, esos cosos pinchudos y todos iguales, qué les ves???
Entonces, después de este pequeño análisis de situación llego a la siguiente conclusión: los cactus me gustan mucho (espero que los míos no estén sufriendo demasiado), pero no querría estar en el cuerpo espinado de ninguno de ellos.
Me parece, en todo caso, que el naranjo es mejor destino si hemos de volver a la vida transformados en algún ser de origen vegetal.
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