jueves, 29 de julio de 2010

SER CACTUS

Pequeñas reflexiones de otra noche de Insomnio
Estoy leyendo “La mujer habitada” de Gioconda Belli. En este libro, una mujer nicaragüense muerta durante los años de la conquista española vuelve a la vida en el siglo XX pero encarnada en un naranjo.
A pesar de estar viva en la savia, las ramas, las hojas y los frutos del naranjo, ella mantiene la memoria de su vida pasada y además es observadora de lo que acontece en el presente a su alrededor.
Leyendo esta novela, me puse a pensar en cuánto me gustan a mí los cactus, y no pude evitar pensar en si me gustaría ser uno.
Analizando la situación llegué a las siguientes conclusiones: el hábitat natural de los cactus suele ser en general  de clima extremo en todas las estaciones, veranos achicharrantes, inviernos bajo cero. Algunos pasan años sin recibir una gota de agua, otros en cambio pasan gran parte del año bajo lluvias constantes y altísima humedad (epifitos).
El paisaje es casi siempre  espectacular, pero seamos realistas, el cactus no tiene oportunidad de disfrutarlo. Muchos de los lugares en que se encuentran son solitarios y apartados. Últimamente surgió una moda de turismo cactus por lo cual estos suelen ser más visitados y fotografiados, pero creo que la foto es el mayor contacto al que pueden aspirar estos especímenes por parte de un ser humano en esas circunstancias ya que está terminantemente prohibido sacarlos de su lugar de pertenencia.
Reciben la visita de pájaros  e insectos cuando se abren sus flores, que son siempre hermosas, pero por lo general viven una vida solitaria.
Los cactus en nuestras casas soportan a su vez una vida difícil. Si bien no son bonsáis, dadas las condiciones de muchos hogares, no logran desarrollarse en tamaño como lo harían en su hábitat natural. Así vemos muchas colecciones de mini cactus que sobreviven, por ejemplo, a la humedad de Buenos Aires, siendo ejemplares de climas desérticos. Los hongos son los enemigos mortales de las pobres plantas además de los cientos de entusiastas que no saben nada de cactus y los compran porque es fashion tener varios sobre la mesita ratona. Generalmente los ahogan, no con su amor, sino con sus regaderitas que no saben distinguir entre las necesidades de un potus y de una palmera.
 El contacto físico con estas plantas sucede solamente cuando necesitamos cambiarlas de maceta, lo cual por su lento crecimiento no es muy seguido. De hecho si podemos evitar tocarlas, mejor, ya que siempre terminamos con alguna espina clavada, si es grande no hay problema, pero los pequeños y aparentemente inofensivos “pelitos” de muchos cactus se empeñan en permanecer varios días clavados en nuestros dedos sin que podamos verlos ni encontrarlos. Es su manera de demostrarnos el amor que les despertamos….ahora que lo pienso me hacen acordar un poco a los hijos, no??  No me hagan caso, me dejo llevar por los pensamientos empastados de la noche insomne.
Por otra parte a mucha gente no le gustan los cactus, no entienden o no aceptan que a alguien puedan gustarles y también los hay supersticiosos que le endilgan a estos pobres ejemplares la culpa de cuantos males suceden en la casa de quienes los poseen (lo mismo pasa con la tortugas, las plantas violetas y los claveles del aire entre otras, ya lo decía mi tía Edelma).  No será la primera vez que escucho que tengo que tirarlos a todos a la mierda, esos cosos pinchudos y todos iguales, qué les ves???
Entonces, después de este pequeño análisis de situación llego a la siguiente conclusión: los cactus me gustan mucho (espero que los míos no estén sufriendo demasiado), pero no querría estar en el cuerpo espinado de ninguno de ellos.
Me parece, en todo caso,  que el naranjo es mejor destino si hemos de  volver a la vida transformados en algún ser de origen vegetal.



jueves, 22 de julio de 2010

De Mendigo a Millonario

Esta es la historia de mis amigos. No es un cuento de cómo se convirtieron en ricos potentados de un día para el otro. Tampoco es un power point de autoayuda y  reflexión de esos que anuncian: “pensé que era pobre porque no tenía zapatos hasta que vi a uno que no tenía pies”.
Nadie, o casi nadie, se da cuenta cuando no tiene zapatos y se queja por eso, de que existe  la posibilidad de estar peor por no tener pies. La mente, la del  ser humano promedio, la de la persona “sana” por llamarlo de alguna manera, no funciona, gracias a dios, de ese modo. Porque si viviéramos pensando permanentemente en la posibilidad futura de no tener casa, ni comida, de ser los más pobres, los más abandonados, huérfanos, maltratados, mutilados, niños de la ya desaparecida Biafra, no podríamos seguir haciéndolo.
Entonces, lo más normal del mundo, es que no nos demos cuenta cuando somos millonarios. De eso nos enteramos cuando dejamos de serlo.
Vivimos nuestra vida como podemos, teniendo algunas cosas, deseando otras, quejándonos de nuestros hijos que no estudian, no trabajan o no se comprometen con las cosas. Peleamos con ellos, con nuestros padres y hermanos con nuestros maridos. Nos ofendemos por temas que parecen importantísimos, definitivos y extremos. Y no nos paramos a pensar, ¡ehhhh che nena,  y mirá si no vuelve, si tiene un accidente y estamos peleados, si le pasa algo! No, porque no podríamos continuar viviendo. Y por eso somos como somos.
Pero, de pronto, un día inesperado, a alguien entre millones le pasa. El mundo se le desmorona y hay que continuar porque, ahora sí, lo que sucede es importante. Un hijo se enferma gravemente, la enfermedad es rara. De todos los que por alguna causa la contraen el 95% se cura con X medicamento. Pero no funciona. De ese 5% restante el 90% se cura con  determinado otro X medicamento. Pero nuevamente no funciona. Del % restante otro porciento  se cura con una batería de varios medicamentos. Y otra vez sopa.
Se prueba todo, se investiga, se cree en esto que dice en internet, en aquello que dice alguien, se manotea lo que venga, lo que traiga, lo que sea. El mundo se trastoca completamente porque cada paso que se da es un nuevo fracaso y la idea oscura de lo inevitable se va instalando en el cuerpo y en el pensamiento. Se hace un ejercicio mental con la posibilidad casi cierta de que no exista un mañana. La tristeza es oscura, el ahogo es profundo.
Mis amigos son fuertes, son tenaces, alegres más allá del sufrimiento y como todos los que los rodean, que son muchos,  no pierden las esperanzas. Su casa está siempre abierta a los afectos y por eso la amistad y el cariño les vuelven multiplicados.  Y pareció que siempre fueron ellos los que tranquilizaban y protegían a todo ese manto de familiares y amigos que los rodeaba.
Pero un día después de muchos, muchos días de esperar y pelear, los vi cansados. Por primera vez, más allá de la incertidumbre y de los padecimientos, los vi exhaustos. Y me asusté. No es que no hubiera tomado antes conciencia de la gravedad de la situación, sino que siempre pensé, qué fuertes que son, no sé cómo hacen, no sé cómo pueden.
Y entonces, cuando todo parecía haber llegado al límite, el nudo se desató y llegó la solución y volvió la vida, y la alegría y la música (que nunca había desaparecido, pero volvió renovada con mejores sonidos) y la riqueza a sus vidas.
Yo pienso, siempre lo creí, que ellos nunca fueron mendigos. Siempre, siempre en su vida fueron millonarios.