Entusiasmada con lograr mi propia comida peruana; ya había hecho un ají de gallina al regresar de Cuzco y a pesar de no contar con los ingredientes originales no salió nada mal; comencé a buscar recetas en internet. Empezar a buscarlas y darme cuenta de que los ingredientes necesarios eran raros y no disponibles en los supermercados del barrio, fue sólo cuestión de un segundo. ¿Dónde conseguir leche evaporada, ají amarillo, chuño, papines, rocoto y ají mirasol entre otros?
Entonces, para mi asombro, apareció ante mis ojos la solución: el mercado boliviano de Liniers. Centro neurálgico de la vida boliviana en Buenos Aires prometía ofrecer todos los productos necesarios y mucho más.
Contentos y muñidos de una listita de elementos fundamentales para elaborar los platos tan ansiados, partimos hacia allá mochila al hombro.
Apenas llegados debimos transponer la primera cuadra de José León Suarez repleta de altísimos y esbeltos senegaleses que venden bijuterie y de nuestros hermanos bolivianos que ofrecen juguetes chinos y ropa interior. La primera impresión fue estar transitando el barrio de Constitución o de Once. Un poco decepcionados, atravesamos la cuadra. Pero una vez salvada esta instancia, comienza el recorrido entre las calles Ramón Falcón e Ibarrola, solamente una cuadra, en la que desbordan las verdulerías y enormes locales de venta de harinas y cereales con grandes bolsas de tutucas infladas y coloridas colgando en sus puertas. El aroma a las especias lo envuelve todo, y lo transporta a uno hacia otras tierras. Las figuras festivas en bandejitas y los muñequitos tejidos completan el paisaje.
En esa misma cuadra, podemos encontrar vendedoras de una especie de empanadas grandes y brillantes y de jugos y agua de canela con frutas flotando en el interior de los vasos. Llegamos a Bolivia en Buenos Aires. Y entonces, al igual que en el Barrio Chino, sucede que son más las cosas que desconocemos que las que reconocemos, y al igual que en el Barrio Chino, lograr que alguien te explique algo, es muy complicado. Para peor, nosotros buscamos los condimentos e ingredientes para preparar una comida peruana. Los puesteros son bolivianos, y de comida peruana, no tienen ni idea.
Mas, a no desesperar, buscando y mirando, preguntando y volviendo a preguntar fuimos encontrando lo necesario y llenando la mochila de aromas y colores. Yo, quería más, quería empaparme de ese olor especial que me atrapaba y no podía precisar, una mezcla de todo, decía Aldo, no podés comprar ese ingrediente, porque no existe.
A esta altura era mediodía, todos nuestros sentidos estaban exaltados por la visión y el aroma de lo que nos rodeaba. Dimos la vuelta por la calle Ibarrola y entramos en un pequeño comedero, por supuesto boliviano, en el que una vez más, fuimos los únicos foráneos que osaron ingresar. Estaba lleno, las mesas cubiertas con manteles plásticos y floreados, el menú, un folio plástico con la fotocopia de una hoja escrita a mano.
Los platos de gastronomía paceña ostentaban nombres como Falso Conejo, Chupe, Picana de Pollo y Pique Macho entre otros. Casi imposible saber de qué se componían. No había postres en el menú. Comimos un plato repleto cada uno. Ambos distintos, pero en definitiva muy parecidos. En el mismo plato pudimos saborear papas, arroz, fideos, chuño, ensalada y pollo. Uno picantito, el otro con pollo frito. Todo abundante y muy rico. Para beber pedimos agua de canela, imitando a los que estaban a nuestro alrededor, muy rica pero un poco dulce para acompañar la comida.
La costumbre del lugar: los comensales pagan ni bien hacen el pedido. A nosotros nos cobraron cuando pedimos la cuenta. Pagamos menos que si hubiéramos comido un pancho en la calle y comimos muy bien.
Pero a no olvidar el motivo que me llevó a Liniers. Hice los platos peruanos. Papas a la Huancaína, Causa Limeña y Suspiro Limeño. Con los limoncitos hicimos un pisco sour cuyas consecuencias en mi organismo no voy a contar. Todo me salió riquísimo. Y sobre todo, descubrí el ají amarillo. Exquisito para hacer una salsa, para mezclar con mayonesa, para ponerle a las papas, a la palta, a la carne a todo. Me declaro fanática del ají amarillo, picantito y aromático.
Volveré al mercado boliviano, volveré y seré nuevamente una turista de gira por los rincones de Buenos Aires.
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