Cuando aparece algo que tiene éxito se dispara el contagio como una enfermedad viral. No sé si esto pasa en todo el mundo, no tengo experiencia como para afirmarlo o negarlo. Sólo sé que sí pasa acá en Argentina. Entonces todo aquel que tiene unos pesos y no sabe cómo o dónde invertirlos se arroja desesperado tras el emprendimiento de moda.
Sucedió con los video club, duraron algunos años, varios aun sobreviven a la venta callejera y vía internet de películas copiadas y a la bajada de series y películas que realizan los usuarios por sí mismos. Blockbuster, la cadena más grande acaba de cerrar muchas de sus sucursales dejándole paso a Ed Sullivan y sus Esclavos Camboyanos.


Sucedió con las pistas de patinaje sobre hielo, grandes superficies de antiguos garajes o restaurantes convertidos de pronto en gigantescas piletas heladas. Algunas deben sobrevivir aun en Buenos Aires, pies torcidos por las botas sucias y gastadas sumados al aburrimiento de una caída tras otra terminaron también con esta efímera moda.

Quién no jugó al paddle en la cancha de al lado de su casa. Cualquier propietario con buen fondo en cada barrio porteño supo sacrificar el verde para explotar a cambio una mina de oro, quién podía pensar que tanta euforia sería pasajera. El furor por este deporte nos alcanzó a todos hace 20 años. Hoy en día no conozco a nadie que lo practique y las canchas que había debajo de las autopistas pasaron a ser la vivienda de cantidad de personas sin techo.


Podría seguir nombrando varios negocios más, como los call center, los cyber, y hasta las ferias de trueque que nos invadieron allá por la crisis del 2001 y que terminaron bastardeadas por la incorregible viveza criolla cuando a algunos se les ocurrió falsificar la moneda que se utilizaba.
Ahora, aunque no tan notorios porque no son una cadena ni están tan a la vista de todo el mundo, abundan los bares-restaurantes donde comer un brunch (moda importada de USA) o desayunar- almorzar-merendar de una forma moderna o distinta si se quiere. Buscando ser atractivos para algunos ciudadanos de Buenos Aires, los dueños de estos locales salieron en masa a conseguir mobiliario usado, algunas veces antiguo, piezas de vajilla variada, cachada en muchos casos y grandes tazones al estilo francés para el café con leche. Los salones son en general despojados, los pisos de madera o cemento alisado, los techos de bovedilla, las paredes con pequeños pizarrones que anuncian el menú escrito con tiza de colores.


Como incansable buscadora de lugares distintos para ir a desayunar o tomar una rica merienda, seguiré caminando y esperando a ver cuál es el próximo invento de mis queridos hermanos compatriotas, mientras tanto habrá que conformarse con la moda de turno.
Cualquier novedad o cambio les aviso.