miércoles, 24 de noviembre de 2010

Cadena de Fracasos


Cuando aparece algo que tiene éxito se dispara el contagio como una enfermedad viral. No sé si esto pasa en todo el mundo, no tengo experiencia como para afirmarlo o negarlo. Sólo sé que sí pasa acá en Argentina. Entonces todo aquel que tiene unos pesos y no sabe cómo o dónde invertirlos se arroja desesperado tras el emprendimiento de moda.
Sucedió con los video club, duraron algunos años, varios aun sobreviven a la venta callejera y vía internet de películas copiadas y a la bajada de series y películas que realizan  los usuarios por sí mismos. Blockbuster, la cadena más grande acaba de cerrar muchas de sus sucursales dejándole paso a Ed Sullivan y sus Esclavos Camboyanos.
Pasó con las mini fábricas de galletitas que sacaban un constante flujo de galletitas  en apariencia distintas, pero todas con el mismo gusto a dudosa manteca. La gente hacía cola en la calle mientras veían pasar las galletas por cintas transportadoras hasta caer en las bolsitas de papel que se engrasaban al instante. Este negocio no tuvo  tanta suerte, de hecho a los pocos meses habían desaparecido todos sin dejar rastro alguno.
Como estas, tampoco las Donas duraron mucho en Argentina. Comenzaron vendiéndose en la cadena Wendy’s y no tuvieron éxito ni las Donas ni el propio Wendy’s, aunque debo decir que para mi gusto personal, las hamburguesas eran largamente más ricas que las de McDonalds o Burger King.
Sucedió con las pistas de patinaje sobre hielo, grandes superficies de antiguos garajes o restaurantes convertidos de pronto en gigantescas piletas heladas. Algunas  deben sobrevivir  aun en Buenos Aires, pies torcidos por las botas sucias y gastadas sumados al aburrimiento de una caída tras otra terminaron también con esta efímera moda.
Los Laverap fueron otro de estos negocios asegurados. Claro que todavía persisten en todos los barrios, pero fueron muchos los que invirtieron para verse luego rodeados de competidores en cada manzana. Laverap, Marva y otros comparten espacio con las también numerosas cadenas de tintorerías al paso.
Quién no jugó al paddle en la cancha de al lado de su casa. Cualquier propietario con buen fondo en cada barrio porteño supo sacrificar el verde para explotar a cambio una mina de oro, quién podía pensar que tanta euforia sería pasajera. El furor por este deporte nos alcanzó a todos hace 20 años. Hoy en día no conozco a nadie que lo practique y las canchas que había debajo de las autopistas pasaron a ser la vivienda de cantidad de personas sin techo.

Con el 1 a 1 y la importación abierta a cualquier cosa prosperaron los “Todo x 2 $”. En ellos podíamos encontrar prácticamente cualquier cosa a precios de remate,  y aunque fuesen cosas inservibles cautivaron la atención de todos nosotros. El premio se lo llevaban los juguetes chinos que no duraban ni dos minutos después de sacarlos del paquete y ayudaron a destruir una próspera industria local. Hoy sobreviven muchos de estos negocios transformados en inmensos bazares aunque los precios escalan un poco más allá de los soñados 2$.

Podría seguir nombrando varios negocios más, como los call center, los cyber, y hasta las ferias de trueque que nos invadieron allá por la crisis del 2001 y que terminaron bastardeadas por la incorregible viveza criolla cuando a algunos se les ocurrió falsificar la moneda  que se utilizaba.
Ahora, aunque no tan notorios porque no son una cadena  ni están tan a la vista de todo el mundo, abundan los bares-restaurantes donde comer un brunch (moda importada de USA) o desayunar- almorzar-merendar de una forma moderna o distinta si se quiere. Buscando ser atractivos para algunos ciudadanos de Buenos Aires, los dueños de estos locales salieron en masa a conseguir mobiliario usado, algunas veces antiguo, piezas de vajilla variada, cachada en muchos casos y grandes tazones al estilo francés para el café con leche. Los salones son en general despojados, los pisos de madera o cemento alisado, los techos de bovedilla, las paredes con pequeños pizarrones que anuncian el menú escrito con tiza de colores.
Si en las paredes había un agujero se lo agrandó un poco más dejando los ladrillos a la vista. Enormes mostradores de madera nos remiten a los viejos almacenes de barrio. Un estilo atractivo y novedoso, hasta que uno recorre tres o cuatro y entonces empieza a aburrir. La cosa empezó con Oui Oui hace unos años y ahora es furor. Aparecen en cada esquina de los barrios de Palermo y Chacarita. Pan casero, mermelada casera  y repostería europea son imprescindibles. Huevos revueltos y jugos de varias frutas y verduras ineludibles. La atención, en la mayoría de los casos deplorable. Tal vez se buscaba un estilo distinto que hiciera juego con lo diferente del lugar. Hoy en día nadie soporta a estas chicas de estilo lánguido y abiertamente antipáticas ni a los muchachos despectivos haciendo el favor de atenderte. Masa Madre es un típico ejemplo de esto y parece que no tienen intención de revertirlo.
Sin embargo en algunos de estos bares la actitud fue cambiando. Quizá debido a las reiteradas críticas de la gente en espacios de la web como Guía Oleo o Via Resto. Le Ble es uno de ellos. Si bien la gente se veía tentada a regresar por la calidad de lo que ofrecen, una de las críticas reiteradas era en relación al servicio. En los últimos tiempos dieron un giro positivo en este aspecto. Y allí están, al parecer afianzados en el rubro.
Como incansable buscadora de lugares distintos para ir a desayunar o tomar una rica merienda, seguiré caminando y esperando a ver cuál es el próximo invento de mis queridos hermanos compatriotas, mientras tanto habrá que conformarse con la moda de turno.
Cualquier novedad o cambio les aviso.




martes, 12 de octubre de 2010

EL VIEJO Y EL SETTER

La tarde se torna dulce en la confitería de Villa Urquiza. Las señoras saborean las tortas y los sándwiches servidos en pequeñas bandejas de acero inoxidable, el café humea junto a las jarritas plateadas que contienen el agua para el té. La edad de los concurrentes no baja de los 70 años, las voces se adivinan tras los vidrios del lugar. Está repleto, como todos los fines de semana, nadie mira hacia afuera, todos se concentran en las cucharas y la crema.
El setter es muy viejo, viene caminando lentamente, cada paso le cuesta y su cuerpo se tambalea hacia un costado. No puede andar derecho, la cabeza echada hacia un lado, las patas débiles intentando sostener el flaco peso de su cuerpo. Ya no es rojo el pelaje de este setter irlandés, cae a los lados del cuerpo desteñido y fino. El setter perdió el porte elegante de cazador, ya no sueña con los patos que nunca persiguió por ser un perro de departamento, ya sólo intenta llegar al árbol para hacer sus necesidades.
Trata, por costumbre, de levantar la pata para orinar, pero esta se separa apenas unos centímetros del piso para volver a caer inmediatamente. Vencido se apoya sobre sus cuatro patas temblorosas y mea como hembra, sus ojos tristes parecen avergonzarse de su condición de macho derrotado por el tiempo.
Lentamente continúa su camino pasando frente a la confitería, no puede levantar la cabeza tambaleante, simplemente persigue algún olor ya prácticamente imperceptible para su vieja nariz.
Entonces aparece en escena el viejo. Es alto para su edad. Aun elegante y erguido en su condición. Camina despaciosamente ayudado por un andador. Levanta ambos brazos, apoya el andador unos centímetros delante de sus pies y da un paso, nuevamente levanta el andador, lo apoya, con esfuerzo da otro paso. Camina delante del bar, no mira para adentro, su mirada se dirige al setter. Entonces detiene su marcha, su rítmico andar de metal y hueso, y se dedica a observar al perro.
El setter no llega muy lejos, tan sólo un árbol más, un nuevo intento de levantar la pata. Entonces regresa sobre sus pasos, tembloroso y cansado. El viejo lo observa y no se mueve. Obstruye la puerta de la confitería y los que salen deben contorsionarse para pasar. Nadie le dice nada al viejo, quién sabe qué le pasa, tiene un andador, tal vez esté cansado.
Él continúa allí mirando con detenimiento al setter. Cuando el perro pasa a su lado dice como para sí mismo: ¡Pobre, cómo le cuesta caminar! Y el dueño contesta resignado: “Ya no puede más”. No se detiene frente al hombre y acaso ni se percata de su condición, viejo y perro hermanados por el paso del tiempo.
Cada cual sigue su camino y cuando el setter desaparece de su vista el viejo adelanta el andador y vuelve con lentitud a su trayecto. No entra en el bar donde las señoras rescatan las últimas migas del plato con ojos golosos y melancólicos.
La tarde se abandona en la calle del barrio y entonces yo también prosigo mi camino.

martes, 5 de octubre de 2010

VACACIONES LEJOS DE LA ABUELA

Familia tipo, salario tipo medio para abajo, la ilusión de unas  vacaciones distintas. No es fácil empezar. Digamos que esta familia quiere abandonar por fin la rutina de la casita que tiene la abuela en alguna playa de la costa atlántica y que por años frecuentaron por razones económicas, porque los hijos eran chicos, por no tener auto, etc., etc. Digamos también que la convivencia con la abuela fue siempre insostenible, que las merecidas vacaciones se convertían en tortura asegurada, que la emoción de salir por fin del calor de Buenos Aires se veía empañada cada año por la certeza de 15 días cargados de tensión y pelea asegurada.
Entonces esta familia decide ahorrar durante un año (¿dos?) para irse a otro lado y abrir por fin su cercenado horizonte vacacional. Y de pronto aparece el mapa de nuestra querida Argentina desplegado con sus cientos de opciones. Descartemos la playa por obvias razones. Nos queda todo el resto para recorrer con el dedo y la mirada ilusionada. Cada uno elige su destino, los porqués se multiplican. Que tal conocido fue y la pasó bárbaro, que mi amigo va a estar ahí, que siempre soñé con ir allá, que fui cuando era chico y me encantó; razones cientas, lugares miles.
El mapa se va acotando también por múltiples causas. Pasajes muy costosos por la distancia, zonas inaccesibles sin movilidad propia, escasa oferta habitacional, mucho calor, poco agua, poca vegetación, muy árido, muy húmedo y varias razones más entre las cuales aparece algún que otro “porque no me gusta”. El dedo va reduciendo la velocidad y centrando su recorrido. A esta altura ya anda por la zona de San Luis, Córdoba, Córdoba, San Luis.  Atrás quedan por el momento los Valles Calchaquíes, lugar soñado de algún miembro de la familia, el Impenetrable Chaqueño, los viñedos y acequias mendocinas, las rojas tierras misioneras, el sur, el norte, el este y el oeste.
Entonces comienza otra búsqueda más intensa aun, la vivienda. Y nuevamente las opciones se multiplican. Hay para todos los gustos y para todos los presupuestos en variadas modalidades. Desde campings (descartados en este caso), hostales (ídem anterior), posadas, hosterías, hospedajes, departamentos (jamás estando de vacaciones), casitas, cabañas, complejos, estancias, apart hotel, residenciales y hoteles. ¿Ya están pensando en irse con la abuela a la playa? Bueno, ni se les ocurra, nada es fácil en la vida, ni siquiera tomarse vacaciones.
A esta oferta hay que sumarle además categorías, estrellas, rocas y demás cuestiones que le dan el estatus al alojamiento elegido. De más está decir que los precios son variados y que tampoco da lo mismo ir a La Cumbrecita que a Cosquín. Por suerte estamos en el siglo XXI e internet nos va llevando. No hay pregunta sin respuesta y la casilla de nuestra familia se llena de presupuestos. Tentadores algunos, descorazonadores otros. Justo el lugar que les gustaba, ese de frondosa arboleda y arroyitos que lo circundan, ese, bueno, ese no se ajusta al presupuesto ahorrado. El otro que visto en el Google Earth parece estar en el medio de la nada más absoluta, ese en el que no sirven desayuno pero ofrecen muy amablemente la opción de ir todas las mañanas en alegre caravana a comprar el pan casero a lo de una vecina que amasa (rica opción), ese está a un precio más que razonable. ¿Tienen agua en verano si hay sequía? 
Con suerte, es la respuesta, si de día no hay, tal vez por la noche tengamos la fortuna de que vuelva. Otro que tiene dos cabañas a un precio accesible no sirve desayuno porque para el dueño significa mucho trabajo. ¿Será lo mismo con la limpieza?, se pregunta la mater familias. No es menor la primera sensación que dejan los dueños de las propiedades al enviar una respuesta. Algunos parecen disparar una respuesta cansada y obligada a tanta consulta. Se les nota. No tienen ganas y lo transmiten. Descartados. Otros son solícitos y amables, pero tienen un discurso tan armado, tanta reja y tanta alarma, que no da lugar a la improvisación ni a la libertad que necesita esta familia atada a las vacaciones compartidas con la abuela. Descartados. Por fin aparecen aquellos que además de amables parecen dispuestos a atender las necesidades individuales de cada pasajero. Querés arboles, tenemos arboles, querés vista al cerro, tenés vista al cerro, mucho verde, tenés, sol, sí, sombra, también, desayuno, a gusto, ni tan cerca ni tan lejos del centro, dalo por hecho, fácil movilidad, asegurado. Agua, sí, sí, agua. ¿Llegan muy temprano? Los invitamos con un café mientras esperan. Problemas, ninguno.
Las ofertas se multiplican, pero al mismo tiempo se van decantando y los miembros de esta familia tipo van de a poco llegando a su cometido. La elección de un lugar, la opción de una cabaña, la fecha del viaje. Una combinación equilibrada y bastante feliz entre deseo y factibilidad.
Entonces llega el momento de reservar y para esto es necesario transferir el 50% del monto total. Pero, si bien la amabilidad de los cabañeros supo ganar el corazón de los viajeros, otra cosa es el bolsillo, esa platita ahorrada con tanto esfuerzo. ¿Y a estos quién los conoce? Son solamente, hasta este momento, un vínculo a través del ciberespacio, una entelequia. Y llega el momento de jugarse el todo por el todo y creer. Tener la fe y la esperanza de llegar luego y encontrar esa cabaña que los albergará durante 10 días (no alcanzó para 15 el presupuesto de la familia tipo) y dará a sus vidas un nuevo significado para la palabra “vacaciones”.
Digamos que en esta historia el final es feliz, las cabañas están allí, el lugar es hermoso, la gente amable y el paisaje supera todo expectativa. Es el esperado adiós a las vacaciones con la abuela, una suerte de emancipación tardía pero emancipación al fin.

lunes, 30 de agosto de 2010

El destino gastronómico lo decide el azar

Cuando aquel martes del mes de Febrero vinieron Uge y Anto desde San Javier hasta La Falda a buscarnos para ir a recorrer un poco, llegaron, después de tanto viaje, muertos de hambre. Dada la hora que era, es justo decir que nosotros cuatro también teníamos bastante apetito y decidimos, como primer destino, ir a almorzar.
Encaramos en primer lugar hacia un sencillo restaurante en la entrada de Villa Giardino en el que habíamos comido unas hamburguesas completas muy ricas. Pero al llegar allí se veía todo desolado y de la puerta colgaba un cartelito que anunciaba: “MARTES CERRADO”. Qué cosa, pensamos, plena temporada turística y cierran, raro, pero cierto. Salimos por la calle principal de Giardino a buscar por allí otro lugar, pero a medida que avanzábamos por los 2 km que tiene la avenida hasta la entrada al Camino de los Artesanos, no encontramos nada abierto. Martes. Una condena para nuestros estómagos.
La entrada al camino de los artesanos estaba repleta de carteles que invitaban con diversas opciones de lugares dónde comer, desde comida típica hasta un lugar llamado Juku Bar del cuál no se sabía mucho, pero cuyos carteles se repetían cada cien metros.
Íbamos con entusiasmo siguiendo dos carteles, uno de un restaurante del cual no recuerdo el nombre pero algo de lo que ofrecía nos convocaba (se me pierde también en la memoria) y el otro de Juku Bar.  Bar, bar, no queríamos ir a un bar, pretendíamos algo más consistente. Fuimos siguiendo con el auto el camino pedregoso, bello, en el que de tanto en tanto aparecían las casitas de los artesanos que ofrecen tejidos, platería, alfarería, trabajos en madera, y hasta cactus. Cuánta sería nuestra ansiedad por comer, que no quisieron ni parar a ver los cactus a pesar de conocer mi locura por el tema. No, adelante, siempre siguiendo el camino en pos del tan ansiado tentempié.
Cuando finalmente llegamos al restaurante deseado, nos indican que por ser “MARTES” (por si no les quedó claro) el dichoso establecimiento estaba cerrado. Vuelvan mañana que serán muy bien recibidos. Nuestras caras de desolación, el hambre de seis multiplicada, pensábamos que nunca iríamos a comer ese día. Continuamos, ya sin esperanzas, por el largo caminito que une Giardino con La Cumbre. Los carteles fieles de Juku continuaban apareciendo y finalmente llegamos allí. A pesar de las ventanas completamente oscuras y desalentadoras, decidimos bajar del auto y asomarnos, sabiendo que una vez más nos encontraríamos con el local cerrado. Pero ante nuestro total asombro, al mirar para adentro, vimos que la cosa no se desarrollaba allí arriba, sino que el restaurante estaba abajo, estaba abierto y había gente almorzando.
Entramos, bajamos y nos sentamos en una hermosa terraza que balconeaba hacia una hondonada en las sierras. Primera impresión, un lugar soñado. Cuando nos trajeron la carta llegó nuestra segunda sorpresa ya que de simple bar no tenía nada. Pizzas en variedades increíbles, tacos, quesadillas, provoletas con rúcula y jamón crudo, fondues, picadas de todo tipo, nachos, cervezas artesanales de varios estilos y para el final, unos postres increíbles.
Pasamos una tarde inolvidable en Juku. Fue mucho más de lo que esperábamos. Todo estaba riquísimo y desde entonces todos soñamos con regresar. Pero pasaron dos largos años. Y en dos años todo cambia. Nos contaron que los dueños se separaron. Uno quedó en el mismo local del camino. El otro se instaló con Juku en la entrada del mismo. Y hacia allí fuimos. Esta vez solamente nosotros cuatro, desde Capilla del Monte, en ómnibus. Bajamos en la terminal de Villa Giardino y preguntamos por Juku. Son dos kilómetros derechito por la avenida San Martín, hasta que se acaba el asfalto, de ahí unas pocas cuadras. ¿Remís? Cuarenta minutos de espera. Solución: caminar. Y caminamos, es mediodía de un día de verano, calor y hambre. Otra vez.
En nuestro camino, a sólo dos cuadras de donde supuestamente se encuentra Juku, aparece una casita, Taberna Ibérica dice, Las Tablas Serranas. Si está cerrado Juku venimos acá, dice Aldo. Mala onda, agorero. Cuando llegamos luego de una agradable caminata por la calle principal de Villa Giardino, Juku Bar no aparece. Preguntamos, miramos en el mapa que nos dieron en turismo, pero Juku no está. Estaba ahí mismito, nos dice alguien, en esa casa. Pero ya no está. Y no sin reticencia de mi parte, volvemos. Destino, Tablas Serranas, qué otra nos queda.
Entramos contentos de encontrarlo, por lo menos, abierto. El lugar tiene un patio cubierto con un techo a dos aguas, pero corre un viento fresco. Preferimos sentarnos adentro. El interior es pequeño, solo consta de cuatro mesas. Todo de madera rústica, un ambiente muy cálido. Un muchacho muy amable con acento español nos trae la carta y nos explica el concepto que ellos manejan sobre las tapas que ofrecen. Se trata de elegir una variedad y luego compartir los platos para probar de todo. Luego de un comprometido análisis elegimos: Estofado de  carne a la cerveza negra, estofado de cerdo al vino blanco, Estofado de Ternera a la provenzal y para salir del estofado unos sorrentinos de queso de cabra con hongos. Cada uno se abrazó a su plato (rompiendo con las reglas de la casa) y apenas si probamos un bocadito de los otros. Nos quedamos sin saborear una cantidad de platos distintos (gran excusa para volver), pero, damas y caballeros, niños y niñas, amable blog audiencia, tan luego llegaron los postres. Y entonces conocimos a “the master of the Brownies”.  Nunca visto, nada igual. Hecho con los chocolates al 60 o 70% y harina de almendra a full. Y otra delicia sin par, la tarta de ciruelas corazón de miel.
Juan Pablo resultó ser colombiano y no español y la historia de cómo llegaron él y su socio a instalarse allí es muy interesante. Más interesante aun es degustar los sabores que ofrecen.
Como dijese el filósofo popular, no hay mal que por bien no venga, y de este periplo en pos de saciar el apetito, nos llevamos lo mejor del Valle de Punilla.

lunes, 9 de agosto de 2010

Calor, amor, dolor

Te dije vamos ahora, no importa que hagan casi 40 grados de temperatura, no me interesa que los pibes no hayan vuelto de La Toma, quiero salir, sabés cómo soy, lo que me pasa si me quedo encerrada. Sabés, porque me conocés más que nadie, que me pongo imposible, irritable, caprichosa aun a mi edad. Es mejor salir ahora, vas a soportar mejor el calor que mi mal humor, aunque te duela el pie, aunque prefieras dormir la siesta mientras escuchás el ruido feliz y constante de los chiquitos que saltan dentro de la pileta, el chapoteo insistente llamando a sus padres para que jueguen con ellos. Y el “ya va, ya va” de las mamás que lo único que pretenden es tirarse en la reposera bajo la sombrilla, descansar en la tarde caliente de las sierras cordobesas.
Sé que pensás que el sol todavía es un posible asesino, más con tu piel tan blanca que nunca llega a broncearse y lo máximo a lo que aspira es a ese color camarón cocido. Pero igual te levantás y te ponés las zapatillas con la paciencia y la resignación de quién conoce al contrincante. Más vale no dar pelea, ir a favor de la corriente y salir de la cabaña con el sombrero bien calado para que no se te fría la pelada.
Tampoco te atrae el destino elegido, ya sé que lo venimos postergando, los pibes se niegan porque lo visitaron con la escuela, es todo comercial, el Zapato es trucho, lo pegaron con cemento para que guarde ese precario equilibrio sobre las viejas rocas de la zona. Pero a mí no me importa, me gusta andar y la promesa de la vista del lago por ese camino al que llaman “perilago” y del dique hace que para mí valga la pena.
De entrada la imagen del lugar no es prometedora. El  tobogán gigante y los puestos de artesanías desentonan con el entorno. Miro tu cara pero tu gesto es elocuente, ¿qué pensabas encontrar acá? Por suerte no es época de tours escolares, y además la hora, ya lo dije, no invita a mucha gente a escalar las rocas volcánicas. Subimos por la improvisada escalera, arriba solamente están el chico que vende piedras y un par de entusiastas más. El paisaje no decepciona, es bello el entorno de Capilla visto desde ahí. Lástima las piedras escritas por tantos que pensaron en inmortalizarse dejando sus nombres pintados. Triste imagen, vano esfuerzo. ¡Cuándo idiota!,  decís, aunque ya lo sabemos, algunos son idiotas audaces, ¿cómo hicieron  para treparse hasta ahí?
Te tapás el cuello con el pañuelo palestino, el sol pega y el sombrero no llega a cubrir las zonas sensibles de tu anatomía.  Las rocas son lisas y resbalosas, no es fácil caminar sobre ellas, menos temiendo por tu pie, tan dolorido, tan hinchado. Alguien nos comenta que para ir al dique podemos salir por atrás, bordeando las rocas, un caminito formado por los que conocen para no dar toda la vuelta, es agreste, poco usado, unos burritos pastan tranquilos bajo el sol de la tarde, los pastos pinchan, los cactus, para alegría de esta paseante, abundan. Desde ahí se vislumbra el lago, hay que buscar la senda para pasar entre los espinos, ya se ve el camino y pasa un auto echando polvo en la tarde calurosa.
El toque de humor del día nos lo regala una familia que trata de colarse por ese caminito para no pagar el peso que cuesta la entrada. La señora cae de culo entre las piedras y entonces desisten en su esfuerzo de trepar a contramano.  Aguantando la risa seguimos bajando,  ¡hay cada uno!
No es fácil la caminata por calle de tierra. Hablamos poco, se nos seca la boca por el polvo y el ascenso. El lago se ve allá abajo, distante, de a ratos. Cada tanto pasa un auto, y me decís  que este no es el camino Perilago, que ese corre por abajo, por la parte del lago que lleva al balneario. No quiero mostrar mi decepción, ya estamos llegando al dique y no es cuestión de arruinarlo todo por este “pequeño” detalle.
Al llegar, el paisaje cambia y se divide en dos geografías distintas. Impresiona ver el lago de un lado y el abismo del otro, temo por tu sensación de vértigo, casi no lo puedo soportar yo misma. Pero ahí no termina la cosa y hay que seguir subiendo por unas escaleras que parecen ascender en el aire, no mires para atrás, no quiero verte congelado ahí a mitad de camino, y además está ese nenito que se lanza desde arriba hasta asomar al vacío. Por favor, que se lo lleve la madre, no soporto la sensación de ahogo que me produce, se me fruncen las piernas, me falta el aire pensando en ese abismo.
Arriba el clima cambia, el viento sopla con fuerza y se hace más tolerable la temperatura. Llegamos, misión cumplida, el paisaje todo lo vale y quedamos sobre el dique mirando la playita lejana, el velero que da vueltas en el lago antes de que termine la tarde. La vuelta se nos hace más fácil, el sol está empezando a bajar y la temperatura del cuerpo también, vamos paseando, ya sin la presión de tener que alcanzar la meta. Como último regalo encuentro un pequeño cactus suelto en el camino, qué más puedo esperar, sabés que me pone contenta y disfrutás conmigo del hallazgo.
Hasta se te fue el cansancio cuando llegamos nuevamente al pie del Zapato. Quiero tomar un taxi y vos en cambio tenés las pilas recargadas, volvemos caminando hasta el centro, y en el entusiasmo nos olvidamos de comer las empanadas que me recomendó Benjamín, las que venden en frente, esas que se comen con las piernas abiertas.
Los chicos vienen caminando desde el pie del Uritorco, agotados y rojos después de un largo día en el balneario. Nos sentamos los cuatro en una mesita en la esquina de la calle techada  a disfrutar de una pizza y cerveza helada (cómo desearía que me guste la cerveza, poder saborear ese color dorado que me tienta siempre) compartiendo las historias del día.
La noche despierta en relámpagos furiosos que destellan desde atrás del cerro, el viento sopla fuerte, y la calle comienza a despoblarse. Más vale apurarse y llegar a la cabaña. Así como el sol es implacable, las tormentas no perdonan. Todo vuela, las mesas desocupadas caen y llegamos justo a tiempo para ver desde la ventana los fulgores en los cerros, el agua trayendo alivio al valle y dándonos a nosotros el mejor pretexto para descansar.

jueves, 29 de julio de 2010

SER CACTUS

Pequeñas reflexiones de otra noche de Insomnio
Estoy leyendo “La mujer habitada” de Gioconda Belli. En este libro, una mujer nicaragüense muerta durante los años de la conquista española vuelve a la vida en el siglo XX pero encarnada en un naranjo.
A pesar de estar viva en la savia, las ramas, las hojas y los frutos del naranjo, ella mantiene la memoria de su vida pasada y además es observadora de lo que acontece en el presente a su alrededor.
Leyendo esta novela, me puse a pensar en cuánto me gustan a mí los cactus, y no pude evitar pensar en si me gustaría ser uno.
Analizando la situación llegué a las siguientes conclusiones: el hábitat natural de los cactus suele ser en general  de clima extremo en todas las estaciones, veranos achicharrantes, inviernos bajo cero. Algunos pasan años sin recibir una gota de agua, otros en cambio pasan gran parte del año bajo lluvias constantes y altísima humedad (epifitos).
El paisaje es casi siempre  espectacular, pero seamos realistas, el cactus no tiene oportunidad de disfrutarlo. Muchos de los lugares en que se encuentran son solitarios y apartados. Últimamente surgió una moda de turismo cactus por lo cual estos suelen ser más visitados y fotografiados, pero creo que la foto es el mayor contacto al que pueden aspirar estos especímenes por parte de un ser humano en esas circunstancias ya que está terminantemente prohibido sacarlos de su lugar de pertenencia.
Reciben la visita de pájaros  e insectos cuando se abren sus flores, que son siempre hermosas, pero por lo general viven una vida solitaria.
Los cactus en nuestras casas soportan a su vez una vida difícil. Si bien no son bonsáis, dadas las condiciones de muchos hogares, no logran desarrollarse en tamaño como lo harían en su hábitat natural. Así vemos muchas colecciones de mini cactus que sobreviven, por ejemplo, a la humedad de Buenos Aires, siendo ejemplares de climas desérticos. Los hongos son los enemigos mortales de las pobres plantas además de los cientos de entusiastas que no saben nada de cactus y los compran porque es fashion tener varios sobre la mesita ratona. Generalmente los ahogan, no con su amor, sino con sus regaderitas que no saben distinguir entre las necesidades de un potus y de una palmera.
 El contacto físico con estas plantas sucede solamente cuando necesitamos cambiarlas de maceta, lo cual por su lento crecimiento no es muy seguido. De hecho si podemos evitar tocarlas, mejor, ya que siempre terminamos con alguna espina clavada, si es grande no hay problema, pero los pequeños y aparentemente inofensivos “pelitos” de muchos cactus se empeñan en permanecer varios días clavados en nuestros dedos sin que podamos verlos ni encontrarlos. Es su manera de demostrarnos el amor que les despertamos….ahora que lo pienso me hacen acordar un poco a los hijos, no??  No me hagan caso, me dejo llevar por los pensamientos empastados de la noche insomne.
Por otra parte a mucha gente no le gustan los cactus, no entienden o no aceptan que a alguien puedan gustarles y también los hay supersticiosos que le endilgan a estos pobres ejemplares la culpa de cuantos males suceden en la casa de quienes los poseen (lo mismo pasa con la tortugas, las plantas violetas y los claveles del aire entre otras, ya lo decía mi tía Edelma).  No será la primera vez que escucho que tengo que tirarlos a todos a la mierda, esos cosos pinchudos y todos iguales, qué les ves???
Entonces, después de este pequeño análisis de situación llego a la siguiente conclusión: los cactus me gustan mucho (espero que los míos no estén sufriendo demasiado), pero no querría estar en el cuerpo espinado de ninguno de ellos.
Me parece, en todo caso,  que el naranjo es mejor destino si hemos de  volver a la vida transformados en algún ser de origen vegetal.



jueves, 22 de julio de 2010

De Mendigo a Millonario

Esta es la historia de mis amigos. No es un cuento de cómo se convirtieron en ricos potentados de un día para el otro. Tampoco es un power point de autoayuda y  reflexión de esos que anuncian: “pensé que era pobre porque no tenía zapatos hasta que vi a uno que no tenía pies”.
Nadie, o casi nadie, se da cuenta cuando no tiene zapatos y se queja por eso, de que existe  la posibilidad de estar peor por no tener pies. La mente, la del  ser humano promedio, la de la persona “sana” por llamarlo de alguna manera, no funciona, gracias a dios, de ese modo. Porque si viviéramos pensando permanentemente en la posibilidad futura de no tener casa, ni comida, de ser los más pobres, los más abandonados, huérfanos, maltratados, mutilados, niños de la ya desaparecida Biafra, no podríamos seguir haciéndolo.
Entonces, lo más normal del mundo, es que no nos demos cuenta cuando somos millonarios. De eso nos enteramos cuando dejamos de serlo.
Vivimos nuestra vida como podemos, teniendo algunas cosas, deseando otras, quejándonos de nuestros hijos que no estudian, no trabajan o no se comprometen con las cosas. Peleamos con ellos, con nuestros padres y hermanos con nuestros maridos. Nos ofendemos por temas que parecen importantísimos, definitivos y extremos. Y no nos paramos a pensar, ¡ehhhh che nena,  y mirá si no vuelve, si tiene un accidente y estamos peleados, si le pasa algo! No, porque no podríamos continuar viviendo. Y por eso somos como somos.
Pero, de pronto, un día inesperado, a alguien entre millones le pasa. El mundo se le desmorona y hay que continuar porque, ahora sí, lo que sucede es importante. Un hijo se enferma gravemente, la enfermedad es rara. De todos los que por alguna causa la contraen el 95% se cura con X medicamento. Pero no funciona. De ese 5% restante el 90% se cura con  determinado otro X medicamento. Pero nuevamente no funciona. Del % restante otro porciento  se cura con una batería de varios medicamentos. Y otra vez sopa.
Se prueba todo, se investiga, se cree en esto que dice en internet, en aquello que dice alguien, se manotea lo que venga, lo que traiga, lo que sea. El mundo se trastoca completamente porque cada paso que se da es un nuevo fracaso y la idea oscura de lo inevitable se va instalando en el cuerpo y en el pensamiento. Se hace un ejercicio mental con la posibilidad casi cierta de que no exista un mañana. La tristeza es oscura, el ahogo es profundo.
Mis amigos son fuertes, son tenaces, alegres más allá del sufrimiento y como todos los que los rodean, que son muchos,  no pierden las esperanzas. Su casa está siempre abierta a los afectos y por eso la amistad y el cariño les vuelven multiplicados.  Y pareció que siempre fueron ellos los que tranquilizaban y protegían a todo ese manto de familiares y amigos que los rodeaba.
Pero un día después de muchos, muchos días de esperar y pelear, los vi cansados. Por primera vez, más allá de la incertidumbre y de los padecimientos, los vi exhaustos. Y me asusté. No es que no hubiera tomado antes conciencia de la gravedad de la situación, sino que siempre pensé, qué fuertes que son, no sé cómo hacen, no sé cómo pueden.
Y entonces, cuando todo parecía haber llegado al límite, el nudo se desató y llegó la solución y volvió la vida, y la alegría y la música (que nunca había desaparecido, pero volvió renovada con mejores sonidos) y la riqueza a sus vidas.
Yo pienso, siempre lo creí, que ellos nunca fueron mendigos. Siempre, siempre en su vida fueron millonarios.