lunes, 11 de julio de 2011

Murió Facundo Cabral asesinado en Guatemala


Quien haya visitado Guatemala sabe que es un país hermoso. Los  templos Mayas como Tikal o Yxhá perdidos en medio de la selva nos remontan a épocas mágicas cargadas de simbolismo místico, los aromas y colores tradicionales de los mercados como Chichicastenango, el mundo mágico de Panajachel y sus pueblos que viven a orillas del lago Atitlan  perdidos en el tiempo, las aguas color zafiro  del lago que invitan a bucear al mismo tiempo que los tres volcanes se alzan majestuosos en el lugar. Todo es hermoso.
Llegar a Antigua es coronar el viaje en un lugar impregnado de historia, tradiciones, comidas deliciosas,  naturaleza exuberante, gente amble, jade, plata, mucha belleza.


Podría continuar, Guatemala tiene destinos maravillosos. La mezcla entre la cultura maya y la española ha dejado esa impronta especial que tienen los destinos coloniales de América.
Pero Guatemala tiene también su capital, la ciudad de Guatemala. Fea como pocas, insegura y para nada interesante, esta ciudad es un lugar para evitar. El turista va a parar seguramente en el distrito 10, barrio asignado a los hoteles internacionales y a los restaurantes de primer nivel. Llegará en un transfer desde el aeropuerto y verá ante la puerta del hotel un guardia armado con una Ithaca. Si se anima a caminar unas cuadras, cosa desaconsejada por todos los habitantes locales, verá más guardias armados por todas partes. Si toma un city tour en una camioneta que nunca abrirá sus ventanillas, verá que los camiones de reparto abren sus puertas traseras y antes de descargar salen custodios armados protegiendo la mercadería. Frente a las casas importantes guardias armados, en los coches de algún empresario guardias armados. La ciudad de Guatemala es un gigantesco  frente de batalla repleto de barrios cerrados con cuatro llaves en los suburbios. Y ahí, en ese paraíso de la violencia fue a morir asesinado Facundo Cabral.
El destino es caprichoso e inexplicable. De haber esperado el transfer que lo llevaría al aeropuerto, Cabral aun estaría vivo. Seguramente estaría contando la historia, con su modo tan particular de relatar, sobre el  empresario muerto en el camino que él debía tomar en ese momento y como por pura casualidad había eludido por segundos las balas que atravesaron la camioneta.
Pero el destino fue antojadizo, y Facundo murió de manera cinematográfica junto a ese empresario, los colombianos que tienen los derechos para filmar su vida no pudieron obtener mejor final.
Facundo Cabral tuvo una vida distinta, mágica, dolorosa, repleta de mística y rodeada de personajes míticos y maravillosos. Sus pequeñas historias y sus pequeñas canciones fueron enormes. Tan mínimas como rebosantes de contenido.
Siempre me gustó escucharlo, me hacía reír, emocionar, me hacía cantar esos versos fáciles y pegadizos de sus melodías. Aun en la eterna repetición encontraba placer. Y él hacía eso, nos repetía las historias como quien canta una canción de cuna o como quien lee por enésima vez el mismo libro a un niño. Porque en el conocimiento de la historia estaba la gracia, uno sentía que lo conocía, que compartía su vida y su memoria. La madre de Facundo, Perón dándole trabajo, el linyera de Mar de Ajó que lo colocó en este camino, la madre Teresa, Borges, el amor por María Teresa, todos formaron parte de nuestra vida también gracias a él.

Facundo Cabral cantaba,
No crezca mi niño,
No crezca jamás,
Los grandes al mundo,
Le hacen mucho mal.

El hombre ambiciona,
Cada día más,
Y pierde el camino,
Por querer volar.

Vuele bajo,
Porque abajo,
Está la verdad.
Esto es algo,
Que los hombres,
No aprenden jamás.
Por correr el hombre
No puede pensar,
Que ni él mismo sabe
Para donde va.

Siga siendo niño,
Y en paz dormirá,
Sin guerras,
Ni máquinas de calcular.

Se fue sin querer guerras y se fue teniendo razón, los hombres, “el” hombre, no aprende jamás.